Crónicas Urbanas II

El va y viene de la puerta deja entrar el frío de a suspiros y le recuerda que tiene que salir. Toma coraje, su paraguas, abotona el impermeable y sale a la calle.

Llueve... sabe que en algún momento la lluvia le gustaba, pero ya no se acuerda por qué. Camina hacia la esquina. “las botas de cuero fueron buena idea” Se le escapa un insulto cuando pisa una baldosa floja y se salpica la botamanga del pantalón. Mientras trata de sacudirse el barro, mira despreocupada el cordón de la vereda y la ve...

Una nena con piloto rojo y botitas de vinilo amarillas saltando de charco en charco, salpicando y riendo. No parece ir acompañada. En las manos lleva algo blanco, no alcanza a ver qué, pero lo carga como un tesoro. Está lloviendo, pero no le importa, lo disfruta, le hace cosquillas, se siente feliz. Se sienta en el cordón de la vereda en el punto en que el arroyito formado por la lluvia está más caudaloso. Cruza los piecitos por encima del agua y finalmente deposita su tesoro ahí. Un barquito de papel hecho con una hoja de un dibujo viejo, improvisado ante la inminencia de una lluvia de otoño.

Desde la vereda, ya olvidando las manchas en el pantalón, ella sigue con la mirada el barquito hasta que se pierde en la esquina. Alguien la empuja y la vuelve a la realidad, mira hacia el cordón otra vez: no hay nadie.

Ve venir un taxi, le hace seña, las reuniones no esperan. Cierra la puerta, da indicaciones y un par de comentarios sobre el chaparrón. El taxi arranca para llevarla a destino. Sabe que tiene que repasar su presentación, abre la cartera y saca un par de papeles.

Baja del taxi, espera que arranque y se agacha, cuidando que el impermeable no se manche con el piso. Se incorpora y entra al edificio.
En la esquina un nene ve venir algo por el agua: un barquito de papel hecho con una hoja membretada y una inscripción “para la niña que fui, ya recuerdo lo especial de los días de lluvia”