Crónicas urbanas V

El colectivo dio una vuelta inesperada y pasó cerca del cementerio. Tomó la calle que tanto conocía enfilando para el lado de la estación. En la esquina de la pizzería con historia dobló por la avenida y el nudo en el estómago fue inevitable.

Las cuadras se vieron llenas de recuerdos, charlas de días, tardes y noches de un octubre prometedor. Jugó un rato a ver si los negocios seguían siendo los mismos, para desentenderse de la cercanía de esa esquina en la que solía caminar jugando a que ya vivía ahí.

Todo era igual, todo estaba en su lugar. Todo menos ella. El almacén estaba en la esquina, la parada del 63 seguía ahí, el gimnasio, la maderera, el banco y su casa. Él seguía ahí, pero ya no la esperaba. Ya había otra que supo quererlo como él necesitaba.

El semáforo cambió y entonces recorrió las cuadras que caminaron juntos esa última vez. La vez que lo visitó sin aviso con la excusa de devolverle algo, esperando arrancarle una caricia. La vez que se paró en una vidriera a mirar zapatos para alargar los segundos. La vez del "te llamo" que sonó tan hueco que perforó el alma.

El colectivo volvió a doblar, saliendo del trance de los recuerdos y enfiló para el lado de las nuevas oportunidades.

Es un hecho: toda ciudad guarda sus fantasmas.