Sin palabras

Encontrábame yo un domingo orbitando en mi vil existencia denominada mediocridad, cuando la realidad decidió llamar a mi puerta:

- Hola, soy la realidad y vengo a estrolarte los pajaritos en forma de llamado telefónico de Pablito, a decir dos puntos:

- Hola, Nanis? Cómo va? Ah, que bueno, te llamo para darte dos noticias, una muy buena y otra muy muy mala, cuál querés primero?

Pensando inocentemente que la buena balancearía la mala, decidí dejarla para el final. Me equivoqué, me equivoqué rotundamente, no existe noticia buena en el mundo que pudiera equiparar semejante anuncio.

Hace unos años trabajé en una parroquia. Primero fui catequista de comunión en dos villas carenciadas y después en la misma parroquia, con chicos de 15 a 17 años "formando sus mentes" para la confirmación. Durante un año y medio, compartí todos los sábados, un par de convivencias y un retiro, con estos adolescentes que pensaban que yo era su ejemplo a seguir (pobrecitos...), que me confiaban cosas que no hablaban con nadie más, que me tomaron de hermana mayor.

Uno de esos chicos era Matías. Un chico alllto y flaquito, de esos que todo el mundo quiere, de esos que dicen poco, de esos que sus palabras te llegan al corazón. De esos que tienen la cara tan larga que no podés creer que cuando se ríe se insinúen dos oyuelos, de esos que cuando me veían gritaba "naniiiii". De esos que se van demasiado pronto, cuando menos lo esperás, cuando un puto accidente de tránsito decide llavárselos.

Y aterricé en la tierra de un sólo pelotazo, sólo atiné a un "cómo"... siempre queremos saber cómo, como si eso sirviera de algo, como si hiciera que doliera menos o se entendiera mejor. Hacía años que no nos veíamos, pero su carita de 17 se me hizo patente en un instante, la esquina de su casa y sus dos hermanitos que actuaban para nosotros cada vez que pasábamos por semejante hogar.

Le expliqué lo mejor que pude a mi mamá que estaba al lado mío y me sumergí en mi típico mutismo sin saber qué más hacer. Al rato me fui a dormir. A intentar dormir. Abrí el placard y empecé a buscar cajas donde hubieran fotos, cartas, papelitos, recuerdos de un 99-2000 lleno de retos y confidencias que tenía casi olvidados. Busqué, revolví y ahí estaba la foto, con un par de cartitas de 4 o 5 líenas. Tan cortas, pero que dicen tanto. Y en las dos la misma frase: "espero que nos sigamos viendo".

Me volví a meter en la cama y recé, recé por vos, Mati, por tu mamá y tu papá y tus hermanitos. Por la paz que seguramente te estaba llegando en ese momento y la que tu familia necesitaba a como de lugar. Y lloré y pregunté y te extrañé como no te extrañaba hacía tiempo, como lo hacía antes, cuando se volvía miércoles y todavía faltaban dos días para que fuera sábado y verlos a todos otra vez con cara de sorpresa por la extravagancia que se nos hbía ocurrido para ese encuentro. Se me hizo patente tu cuello de polar azul, tus pantalones que escondían piernas flaquitas y tu flequillo largo. Las manos en los bolsillos y los hombros apretados contra la cara. Y tus ganas de vivir. Y te imaginé volviendo de unas vacaciones, quemado por el sol, con una muñeca llena de pulseritas y con ganas de contar todo lo que habías vivido.

Ayer vi el diario y me alegró ver la cantidad de gente que reza por vos. Aunque sirva, aunque no, la cantidad de personas que te quiere. Que tu familia no va a estar sóla, que tu paso por acá abajo, donde todo es mediocre y no estaba a tu altura, que tu vida, no va a ser olvidada.

Mati, perdoname porque no nos seguimos viendo, perdoname por alejarme, perdoname.



Mati, yo rezo por vos.